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En determinadas ocasiones, nuestras obras nos trascienden. No es aplicable a todo el mundo, claro está, pero sí a muchos autores que, Saturno inverso, son deglutidos por sus criaturas que se hacen inmortales, mientras que sus creadores, se ven destinados al olvido sin quererlo ni merecerlo. Las personas, muy especialmente los escritores e ilustradores, tarde o temprano, seremos olvidadas, pero en algunos casos nuestras obras quedan, de ahí la paremia latina facta, et non verba, que nos viene a proponer que hagamos más y hablemos menos.
El caso de Peter Pan es modélico ––y el de Pinocchio, y el de Superman…––, él y toda la galería que conforma su entorno está presente en nuestras vidas, resulta tan difícil que es casi imposible encontrar a alguien, no importa de qué país occidental, que no sepa quién es este niño chispeante y atolondrado, y al mismo tiempo, es muy difícil hallar a alguien que a la primera nos sepa decir quién es su autor.
J.(ames) M.(atthew) Barrie, JM Barrie, creó Peter Pan para una obra de teatro que se estrenó en Inglaterra en diciembre del año 1904, y desde entonces vive entre nosotros, él y los demás personajes, el capitán Garfio, Tinker Bell (es español, Campanilla), los niños perdidos, el cocodrilo tic tac, o Wendy Darling que al contrario que Peter Pan, ella sí quiere crecer aunque ambos procedan del país de Nunca Jamás…
Sobre esta transparencia intelectual, el ilustrador valenciano, de Aspe, Miguel Calatayud, un dibujante-isla, innovador de la acreditada Escuela Valenciana de la Ilustradores y el joven escritor castellonense, de Vall d’Uixò, Manuel Roig, han recreado al personaje y su atmósfera, en un libro en el que se proponen volver a “Imaginar a Peter Pan”, con un resultado admirable. Han hecho un libro hipnotizante, de esos que el lector va pasando las páginas y se detiene en cada una de ellas curioso, admirado, sorprendido, atraído, va y viene del texto a la ilustración y regresa atrás y adelante como si mantuviera entre sus manos un libro infinito, que tampoco tiene principio porque viene de la memoria cultural colectiva, ni tendrá fin nunca porque forma parte del friso de los eternos.
No se trata de una nueva edición de Peter Pan, sino una nueva construcción desde los cimientos de su recuerdo. Manuel Roig ha imaginado un reencuentro escolar con el personaje y su entorno y de este modo nace un nuevo relato.
Las ilustraciones son una recuperación. Hace años, en aquel lejano 1976, Miguel Calatayud dibujó 17 ilustraciones para una edición de esta obra, que son las que ahora se traen de la desmemoria, pues en aquel momento tal vez no hallaron el marco apropiado para su exposición. Se reeditan esos 17 trabajos a los que se le han añadido otros más y muchas variantes, y se cierra el libro haciéndolo girar sobre dos goznes. El primero es que se le ha pedido un epílogo literario al escritor Gustavo Martín Garzo, autor de una apreciada colección de libros de literatura infantil, para que redondee el volumen con una explicación sobre quién es el autor de Peter Pan, James M. Barrie, ese desdichado escritor, el padre de otro niño famoso, Tommy, que ha quedado emborronado en el recuerdo colectivo, y el segundo es una descripción imaginada por Calatayud del país de Nunca Jamás, expuesta en forma de pliego de cordel.
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El trabajo de ilustración de Miguel Calatayud es para no olvidarlo. Meticuloso, concienzudo, preñado de matices, inagotable en su contemplación, que pone pie un mundo imaginado pero que con su intervención, no atrofia nuestro recuerdo.
Esto es algo que suele suceder: El lector crea en su mente unas imágenes que son la traslación de las ideadas por el narrador, pero cada lector tiene las suyas e imagina de un modo distinto lo sugerido por la palabra en su particular ejercicio de écfrasis. En el caso de las ilustraciones de Calatayud, no interfieren en este ejercicio, porque proponen su propio mundo inmerso en un universo onírico, de modo que ese Peter Pan al que le dio forma visual Herbert Bremon, o el que diseñó Walt Disney, y que es el que desde entonces todos tenemos en la mente, ese niño que nunca crecerá porque no quiere hacerlo, y viste como un paje con mallas, botines de piel vuelta, gorro con una pluma, camisa por fuera, cinturón que sujeta un pequeño puñal y un puntiagudo flequillo sobre la frente, está detrás, de una forma de sensibilidad líquida y eterna, porque el de Calatayud es otro ser, inmerso en algo así como una estética azteca, y un niño más niño, pues sobre él pesa más su aspecto aniñado que su imagen infantil, porque esta última apenas le interesa al ilustrador.
El cuento de Manuel Roig es nuevo, luego no mantiene mas relación con el de Barrie que compartir personaje, que, además, no es el principal de esta historia que nos ofrecen. Es posible, pues, que esta nueva interpretación trascienda a Calatayud y a Roig Abad al zambullirse en el nuevo imaginario ya del siglo XXI.
Es este el primer libro de una novísima editorial valenciana llamada “Degomagom”, que dirige el joven director de la revista Opticks Magazine, Octavio Ferrero

 

Ricardo Bellveser

Diario El Mundo